Graciela Maturo | El mar que en mí resuena (Selección Poética)





II


Ardo despacio y puedo
contemplar mi llama.
Mis manos de rara estirpe que entrelazan las flores
y dibujan las cifras.
Mi exacta piel, mis ojos
que recogen la luz para inventar las formas.
Ardo despacio
lumbre de amor de sangre de misterio.
Éste es mi valle nocturno.
La jaula de hechizos desde donde creo
que alguien sueña por mí.


     
     
IV


Los signos me acompañan
mis extraños amigos
fieles a una desconocida arquitectura
a la que estoy uncida desde el hueso.
Me miran rostros, pájaros, ramajes,
altas constelaciones.
Una piedra sellada por la música
es un signo de amor indescifrable.
Siento el pavor de un reino que no me pertenece
pero busco sus huellas.
Señales, talismanes,
estamos anudados por un pacto secreto.
   
     
     
X


El ritmo me consuela, me atormenta.
Siento el hondo vaivén de los telares
la gran respiración de los animales del espacio.
Caigo hacia dentro y muero en cada instante.
Me divido y reúno,
vuelvo a erigirme en alguien que responda a mi rostro
a buscarme en palabras
perdida, recobrada,
descendida hasta el centro de vértigo y espanto que
me cava los huesos
crecida hasta los cielos en mi dulce marea.
Uncida a otros silencios, a otras voces,
alzando,
destruyendo.
Sintiendo el fiel latido de la tierra que vive,
del engañoso día que abre y cierra sus puertas.
Cuándo cesa este ritmo que es mi hermoso castigo.
Mis manos trazan signos que borrará la lluvia.



XI


Un sol extraño sube
desde el fondo del sueño
Una espuma de sal mezcla sus turbias flores
al polvo de mi frente. Débil, sola,
centella la verde
raíz
naciendo y ya mirada por los ojos
sin pausa de la muerte.
Paso junto a la luz
fantasmal de unos árboles.
Una abeja me zumba en el alma,
hoja vellosa y suave
lengua ardiente.
Soy la ola que rueda desde un nudo brillante
y la semilla, condenada a ser.
Arde la nuez de fuego
espléndida y atroz en su violencia
rodando hacia la arena del mar enamorado.



     
XII


Aguardo en las tinieblas
la voz que ha de llamarme por mi nombre,
la llama que trascienda mis huesos y me arrase.
Entretanto vivir, esta costumbre.
Alzar en cada día las cenizas ardientes
donde se purifican la sangre y el orgullo.
Vienen los verdes brotes y confunden
las aguas inmutables.
Giran las hojas, las constelaciones.
Caída entre las palmas giro también, a ciegas.
Del lado de la luz arden hermosamente
los niños con su cruel inocencia, los objetos
que guardan en su brillo algo de nuestras manos.
Mirada, flores, alas,
talismanes que ruedan
en tanto un dios me habita y permanece
y entreteje mi sombra con su sombra.




XIII


Qué amor voraz acecha nuestras barcas
las dulces aguas de la tierra
sus metales pacientes.
Las flores cantan su mortal delirio,
arde la hierba suave
y una espiral secreta en mi oído recuerda...
Bajo el hondo rumor de la fábula terrestre
gran ataúd de leños y de flores
quebrado, a la deriva
cantando hacia su muerte.



Los poemas publicados fueron seleccionados por la propia autora para acompañar la entrevista que el poeta Rolando Revagliatti le realizara para Palabra Viva, sección de entrevistas de Analecta Literaria que puede leerse AQUÍ.