Aproximación a la Poesía de Graciela Maturo por Oscar Grandov



No podemos abarcar en el breve espacio de estas páginas la multifacética labor ni la honda experiencia creadora de Graciela Maturo. Intentaremos reseñar su itinerario poético, ligado a un itinerario vital y filosófico. Un amplio conocimiento de la Argentina en sus diversos ámbitos geográficos y culturales, como también un valioso intercambio con Europa y América, confirmaron su vocación creadora y proyectaron considerablemente sus realizaciones. Pero junto al exigente esquema de sus compromisos culturales, tuvo lugar en la vida de Graciela una labor poética que por sí sola bastaría para colmar una existencia.

Un viento hecho de pájaros (1958) es su primer libro de poemas, premiado por el Grupo Laurel en la provincia de Córdoba. En él encontramos a la autora encarnando con intensidad lírica su condición de criatura del cosmos. A veces se nos muestra prisionera de esa condición, pero sin abandonar un anhelo de lucha, una búsqueda de luz. El misterio avanza desde todas partes, a veces dolorosamente, pero el ansia de autenticidad es muy fuerte y hace que este misterio de la existencia sea aceptado y recibido sin concesiones ni paliativos. El título nos da la imagen del "viento" que la arrastra hacia ese cosmos en el que voluntariamente se afinca y en cuyo misterio se consustancia, y de los "pájaros" que sugieren la vocación del canto.

El rostro (1961), es obra que obtuvo el Premio Municipal de Mendoza antes de ser publicada en la colección Cuadernos Herrera y Reissig que dirigía en Montevideo Juvenal Ortiz Saralegui. El entramado fraterno con los elementos de la creación que percibimos antes se mantiene en este libro; pero advertimos el relieve de ciertos hilos que destacan una toma de distancia, un margen de soledad.

Un desasosiego al que podríamos dar la calificación de metafísico, un sentir el acontecer cotidiano como enmarcado o traspasado de infinito y -emparentado con esta vivencia- el sentimiento de distancia sideral de ser a ser recorren estas páginas y nos llegan sin estridencias en ese "lenguaje límpido y depurado" que destaca Carlos Mastronardi en el prólogo.

Todo parece converger hacia "el rostro" de una realidad cuya trascendencia encontramos ahora nítidamente dibujada. El anhelo de perdurabilidad, el amor como camino hacia esa realidad, confieren un tono nostálgico a la voz de Graciela, sin que se amengüe la actitud de ofrenda y alabanza que ya captábamos en Un viento hecho de pájaros.

El mar que en mí resuena
(1965) avanza sobre la temática de los anteriores. Se desarrolla el proceso de "toma de distancia" apuntado a propósito de El rostro. Sobreviene con notable vigor la presencia del amor -humano y universal- uniéndose armoniosamente a los demás motivos. La gradual madurez que van trayendo los años se configura en elementos enriquecedores de esta especie de bosquejo sinfónico que vamos descubriendo en la producción de la autora.

Entre tales elementos se afirma el sentirse llamada al oficio del canto, y advertimos un inquietante hálito de angustia existencial frente al mundo junto a la conciencia de una secreta y reveladora relación con signos. El bosque de alondras (1967) son poemas signados por el descubrimiento de la conjunción amorosa. Amor, dichoso asombro, poesía, son experiencias que provocan el encuentro de los dos mundos. La nota metafísica, como una savia integradora, ensambla estos poemas con el resto de la obra.

Tampoco está ausente la vocación del canto. Y es de veras un encendido himno al amor, un "bosque de alondras", todo este breve poemario. En el siguiente, Habita entre nosotros (1968), que obtuvo el Premio Bienal de Literatura de Mendoza, la "toma de distancia" vuelve a afirmarse. Notamos nuevamente una insinuación de los dos mundos que manifiesta vivir la autora. La presencia de los niños, expresada a veces con un acento maternal que no es el corriente, ensancha la visión de la vida que nos ofrece Graciela.

Por momentos se nos muestra una imagen querible de este mundo con el anhelo de su rescate hacia el otro, tema que ha sido objeto de tratamiento teórico en sus ensayos, y define a la autora como humanista. Parejamente vamos percibiendo en nuestro tránsito una riqueza que proviene del sentimiento de presencia de lo sagrado. Elementos ya señalados en los libros anteriores vuelven a consolidar la unidad total de la obra poética de Graciela Maturo, unidad que se fundamente en pensamiento y estructura expresiva.

Canto de Eurídice (1981) pertenece por su gestación a esos años, aunque fue publicado mucho después. Tuvo mención de honor en el Concurso en Homenaje a Rubén Darío convocado por la Organización de Estados Americanos en 1967. La partición existencial en dos mundos señalada para el libro anterior se plantea ahora desgarradoramente desde los primeros versos. La aguda experiencia del dolor, la experiencia límite de la soledad existencial, son el desencadenante de este monólogo exclamado y cantado por Eurídice. En su original recreación del mito de Orfeo, la autora ha configurado su Eurídice como protagonista de un destierro en la tierra, que llama y espera al músico para su redención.

Los basamentos espirituales de Graciela, sus raíces cristianas, imprimen un sentido progresivamente iluminado por la esperanza al doliente fluir de su canto. La radical afirmatividad que - marechalianamente - alimenta como un río subterráneo aun los paisajes más desérticos de esta geografía lírica, resuena también en medio del dramático parlamento con una vibración de alabanza y entrega.

El mar se llama ahora con tu nombre, (1993), es una obra que reúne poemas de varias etapas anteriores. Publicado después de la muerte de su segundo esposo, Eduardo Azcuy, consta de tres partes: "El fuego es una música" reúne poemas recientes con otros anteriores, y anuncia la unidad vivencial de la poetiza ante fuerzas que la destruyen y recrean, lo cual se expresa en el simbolismo del fuego.

El dolor llega a trasfigurarse en alegría que proviene de la certidumbre de ser, que otorga plenitud a los despojos del existir. En la segunda parte, "Alguien cuida mi sangre", la desterrada nos adelanta señales de una alta asistencia que la purifica e ilumina a la vez que le abre un acceso a la belleza y a la verdad. El amor triunfa sobre las limitaciones de la humana fragilidad, y revela la plenitud del todo, la presencia de Dios.

El título de la tercera parte es " El mar se llama ahora con tu nombre". Se trata de un poemario compuesto en 1967 - 1968, que expresa la presencia y ausencia del amado. El símbolo del mar vuelve con una pujanza litúrgica marcando la viva y compleja organicidad de toda la producción poética de Graciela. La intensidad de los versos induce a compartir una voluntad de recuperación del tiempo vivido, que es elevado a la categoría de mito. Es como si asistiéramos al momento mismo de un parto espiritual: la transmutación del dolor en alegría, del aniquilamiento en renacer, de la sombra en luz.

En 1992 escribió Graciela Memoria del trasmundo, publicada a comienzos de 1995 por la editorial Ultimo Reino. Estos poemas pueden ubicarse, con Canto de Eurídice y El Mar se llama ahora con tu nombre, en la culminación o cierre del ciclo amoroso que se abre con El bosque de alondras. En todos ellos cabe registrar connotaciones y signos integradores. el tríptico amor - dichoso asombro - poesía, de El bosque de alondras, se ha transformado en amor - dolor - poesía.

El enfrentamiento con "la muerte del tú" produce en la autora una vecindad con la muerte que se traduce en esporádicos contactos con el más allá. Registra también ciertas experiencias transcorpóreas que son expresadas con sutiles rasgos de belleza, y conducen el estado de agonía hacia la plegaria.

Sabemos que Graciela Maturo ha dejado inéditas muchas páginas escritas en años recientes. Entre ellas se encuentra el poema "Orfeo canta", que ahora publicamos. Nos arriesgamos a interpretar el título y el tono general del canto, compuesto por nueve unidades, como una exaltación triunfal de la poesía, motivo reiteradamente hallado en su producción.

Graciela vuelve al mito de Orfeo y lo encarna con radiante luminosidad en una dilatada vivencia personal, que abarca los años de su adolescencia en Paraná y Santa Fe, su relación con el poeta Alfonso Sola González, y los años de su juventud en Mendoza. Los diversos paisajes evocados se enraizan en lo vivido, y son evocados desde una altura que confiere la serenidad de la madurez. Resurrección, alegría y luz estallan en ritmos que se imponen como coronación del arduo itinerario existencial, que en estas páginas hemos tratado de bosquejar. Esta partitura ha sido tratada en versos trasparentes y despojados, que dejan arder sin obstáculos la belleza. En el mencionado prólogo a El rostro decía Carlos Mastronardi:

Los medios expresivos de Graciela de Sola nunca se apartan de la llaneza, ni se desligan del directo vocabulario coloquial.

Y también:

La concisión, la justeza y la economía de medios (...) imprimen a sus versos un tono personal, diferenciado.

Cualidades estas que, agregamos, están al servicio de una clara y permanente musicalidad. Es precisamente una fina intuición de lo musical la que guía a Graciela en la elección de ritmos y melodías que dan una justa ubicación a sus palabras, en el sabio mensaje de la sintaxis en la eficaz combinación de los variados tipos de verso. Prescinde casi totalmente de la rima, e incluso en algunos casos de los signos de puntuación: son momentos en que todo parece moverse en una indiscernible materia cósmica de la que Graciela es parte, o en que ella quiere afirmar su propia y esencial unidad, superadora del desgarramiento entre los dos mundos.

Podemos registrar acentos de neto dramatismo. Se trata en realidad de la fusión de elementos líricos y dramáticos, notable en muchos pasajes de la obra total. No hablamos de un dramatismo siempre resuelto en diálogo explícito, sino de la dimensión teatral, muy perceptible en ciertos monólogos, y del tono apelativo que caracteriza a los poemas amorosos. Uno de los motivos recurrentes en esta obra: la distancia cósmica de ser a ser, aun en el amor, halla apropiado cauce en este mester de escena que se ejercita en numerosos poemas.

Pero donde estas aseveraciones cobran especial vigor es en el ámbito de destierro en que hallamos tantas veces situada a la poetisa, en su conflicto sustancial entre dos mundos. Sin que ello implique desdecir la sencillez conversacional reconocida en sus versos, puede apreciarse en la poesía de Graciela Maturo la impregnación de un aura mágica.

Esa atmósfera fluye de la densidad metafórica inherente a cada poema. Señalamos también el valor plástico y sugeridor que alcanzan las construccione nominales, o los sustantivos mismos, sin modificadores; tal es el caso de las enumeraciones de objetos, que producen la imagen de lienzos de ostentoso colorido, de misteriosas naturalezas muertas.

De alcance metafórico es también la presentación de ciertos hechos, situaciones o aspectos de la realidad a través de sorpresivas y felices designaciones. Y lo es además el uso frecuente de palabras - símbolo, generalmente remontadas a imprevisibles niveles semánticos, que conjugan sentidos tradicionales con otros vivencialmente nuevos: espada, rosa, piedra, madera, fuego, mar, oro, tarde...

Al cierre de este breve itinerario por la producción lírica de Graciela Maturo uno no puede dejar de preguntarse: ¿Qué no es símbolo poético en esta singular gramática de la belleza?.




OSCAR GRANDOV, Fue uno de nuestros tantos entrañables y queridos poetas del pródigo y olvidado interior argentino. Ese interior que es siempre reserva de grandes escritores condenados de antemano a la categoría de ser el «secreto mejor guardado» de la literatura argentina hasta que alguien se digna a leerlos o difundir su obra, por lo general, publicada en limitadas ediciones privadas o gracias al esfuerzo mancomunado de amigos. Aquí queremos recordarlo a través de un estudio dedicado a otra enorme poeta e investigadora argentina, Graciela Maturo, incansable y tenaz difusora de poetas y escritores del interior, quien recientemente ha sido objeto de numerosos homenajes y merecidos reconocimientos al cumplir sus 80 jóvenes años de vida. Una vida gratificada por importantes logros personales y jalones literarios. Humildemente, a través de Analecta Literaria, le tributamos otro reconocimiento: haber sido la precursora en la tarea de rescatar y publicar la obra de escritores del interior argentino. Nosotros de verdad no hacemos otra cosa que llevar orgullosamente la bandera que ha levantado desde hace muchos años Graciela Maturo. Ella y su esposo Eduardo Azcuy fueron baluartes e hitos fundacionales del generoso arte de difundir a otros escritores de nuestro interior. Nada mejor que seguir homenajeando en vida a nuestra querida colaboradora y fundamental escritora argentina, Graciela Maturo, recordando a uno de sus grandes colegas y amigos, Oscar Grandov. Poeta, escritor y docente, Grandov nació en San Genaro, Provincia de Santa Fe, en 1930. Murió en la misma ciudad en 1995. Entre sus libros publicados pueden citarse: San Jenaro en la vida de Juan Lazarte, Buenos Aires, Ed. Confederación Médica de la República Argentina, 1964; Alberto Maritano - Realidad y Símbolo, Rosario, Editorial Ruiz, 1966; Pueblo y Escuela, Rosario, Editorial Ruiz, 1966; Antología Poética de Leopoldo Marechal (selección, estudio preliminar y notas), Buenos Aires, Editorial Kapelusz, 1969; Leonardo – Variaciones sobre una leyenda, Buenos Aires, Ediciones Paulinas 1969; El agua de la fuente, Buenos Aires, Nuevas Ediciones Argentinas, 1974; Homenaje... en memoria de Oscar, a diez años de su fallecimiento, Taller Gráfico “Ideal Continuos” de San Jenaro Norte, provincia de Santa Fe, 2005.