Domingo Acosta Felipe | Poemas





No hay vidas suficientes
para contemplar un solo instante.
Sentir es infinito.



La piel está debajo de la imagen,
la vida
más adentro.



D
ó
n
d
e

dejar el grito sin que se asfixie el aire,
sin que se caiga el día muerto de los ojos.
Maldigo esta injusticia interminable,
esta desigualdad cruel tan legislada
que corta los tendones de los sueños
y pudre la esperanza en carne viva.
Todo el horror inmenso del suplicio
destila en oro que deja a salvo y rico al asesino,
en este infierno inmenso y frío.



N
a
d

es extraño 
en esos dientes inhumanos,
con esa furia tan caníbal.
Y yo me caigo a veces del planeta
como una piedra muerta
que respira.



V
e

conmigo
y espérame en el sueño,
que no importe
si es la vida.



Los milagros 
no se repiten nunca
menos tú.
Abres el hambre,
y eliges el misterio.

A menudo me recuerdas
la luz.



Hay días que llevan tu nombre entre los huesos.
Te extraño,
con tu pipa de lunas y ojos de las fuentes.
Mis manos te oyen 
en el musgo que sonríe 
con tu libro de años
y mirlos que leen 
en los brezos del camino.
Te veo debajo de la brisa
aunque las nubes rompan 
con sus dedos
en la orilla de la isla.
Respiro.
Y soy tu hijo.



No sé si muero 
o resucito 
estoy desnudo 
abre los ojos 

No hay futuro 
en el silencio 
que amordaza 
al corazón 

No hay espejo 
Sólo la sed 
que funda un beso 
y nos elige.



Voy desangrando el labio de la bruma 
y el tiempo por el bosque.
Nadie traduce este silencio ni el rostro de los tilos;
el liquen que horada la memoria 
y el cuerpo de la faya
con la aurora,
con tus manos dormidas
en los mapas de la noche.
El Pijaral que araña el viento en el abismo y mana laurisilva, 
el agua entre violetas.

No hay espuma ni silencio en las raíces.
Sólo estas hojas que me llevan y se borran en la tierra.
La sed que habito.

A veces nazco o cambio 
porque existes.



Mírame.
No quiero ser la muerte humana.
Tu boca abre el misterio con mi cuerpo
y rompe todas las campanas con el sol.

Te bañas.
Y hasta el mar abre los ojos,

y esta voz.



No puedo abrir la puerta de la página,
que el grito escape con el tiempo y las paredes
y pueda oír los ojos del misterio.
Por eso sueño 
y a veces salgo con tus manos
debajo de la tinta.

No importa.
Algún día descubrirás
que el arcoíris también nace
debajo de los ojos
como esas gotas que caen
y oyen en la luz
después de la tormenta.



Hay muerte.
Y hambre.

Ya estoy al pie de las palomas
sin nada que negar.

La revolución es una relación afectiva con la realidad.
El camino que no existe es casi siempre el más hermoso.
Y el único posible.
Sin cadenas.

Seguir
como si fuera pan el horizonte

y ya se muera el miedo.



Sí. Se había ido.
Y nos quedamos solos 
con la muerte.
Era un adiós extraño
y duro.
Mi hermano.
El café junto al mar en las gaviotas del alba.
Las nubes o la duda
apenas sin palabras.
O aquel olor a pan 
o amor,
de todas sus sonrisas.
De nuevo regresamos
en los otros.
La tarde, todavía,
no fue noche.
La orilla
sin sus brazos.
Para que sepas
que sólo existe lo imposible.
Este silencio desdentado 
ya no sostiene al mundo.



A veces 
el dolor 
afirma que estás vivo 
y rompe muros 
invisibles.

Te pienso. Tiene ojeras la esperanza.

Con tanto miedo 
ya nadie acaricia los cabellos de la sombra,
los labios puros 
del silencio,
tus grandes manos 
del asombro.



Me gustaría ser una persona 
con un instinto razonable,
vivir como una especie diferente.
No siento casi nada como ellos.
Y aunque el dolor impuesto sea casi todo femenino,
o digan que está lejos, 
también es mío, sí,
también el otro, por supuesto.
Duele en el alma y en las huellas
donde el futuro no es pasado 
y te avergüenza.
Pero he de sangrar en las mandíbulas del tiempo
las mujeres violadas, 
el caníbal que rompe la inocencia.
Mienten.
Hay un infierno con el frío
y todos somos grietas 
o el abismo,
sobre este ombligo inmenso  
y permanente.
Siento su inexplicable calendario
anclado entre los barcos viles 
del silencio.



Los que ahora se visten con tu boca
te dejaron morir en el silencio,
tramaron los derrumbes de la aurora,
la noche de la ausencia.

No quieras el olvido,
ser hijo de esa isla inmensamente triste sin las olas,
dormida 
desde siempre. 

Nada renace
en esa estatua oculta,
tallada y rota 
en el silencio.

No caigas
con un beso.



Algo gotea como un grifo.
El insomnio de un plato que estremece los instintos.
Es un reloj o el hambre
la injusticia,
el desayuno ausente 
que habla con los mirlos.
Después el agua se bebe el sueño con sus brazos
hasta negar el paraíso.
La calle pasa 
como un almuerzo en el exilio.
Yo no despierto, 
sigo descalzo en la toalla,
sigo desnudo 
en el bolsillo.



No escribas más 
en esta mesa ronca
la fosa de otro libro
camino de la noche y el enigma
el huracán que calla entre los dientes
lo triste sin bolsillos.
Nadie recuerda la catástrofe
o el fósil de la lluvia,
la mortaja del tiempo
de otro mundo.
Otra pandilla de orgasmos
y cuervos en los pinos,
desnudos y sublimes
como un error
sin frío.

Tomo café
en los pulmones del azúcar
con esta edad
sin aire
para curar un poco
la nostalgia,
el último preludio,
de forma torrencial
el límite.

Mira esta hoja.
Es un recuerdo triste en la memoria de los pájaros.
Cada silencio muerto pesa como un árbol
y nada vive en esa sombra 
que ni es verso.
El polvo herido, 
la inmensa longitud 
de nuestra ausencia.
Mentira de ser únicos.



Hay una conmoción de ombligos,
de espejo negro, 
de urna sin medalla.
Este suicidio colectivo.
Este huracán de loros emboscados 
en el asco.
Y el ego imperturbable,
la opaca convección
que aplauden 
los batracios.
La alarma 
en el gatillo.
Esta estación de aztecas, nazis y espartanos
que logran el abismo.
Todo el sabor
de los asirios.
La castración 
de la ternura.
La esclavitud de piedra
sobre el muro.

Miro al lemming 
para saber si somos el eclipse.
Otro estandarte
con el precio la duda.
Este terror 
ametrallado.
Cada coraza 
del espanto.
La viva muerte de la vida.
La doble rendición 
del extermino.



No hay nada eterno entre las ruinas.
El gran hermano adiestra tu pijama de solsticio.
El pólipo infinito.
El ácaro macabro.
El tiempo es una grieta bajo el musgo.
El miedo es una cárcel.
Su prójimo caníbal.
Y hundir la luz
sin piel
con un portazo.





DOMINGO ACOSTA FELIPE, Nació en Santa Cruz de La Palma en 1957. Su obra incluye los siguientes poemarios: Granos de arena (1996), A ese nombre interminable (1996-1998), Memoria de unas olas (1998-2000); El mar de Nadie (2011), Grito (2015) y Ramas del tiempo (2016). Los ojos del alisio e Islas se encuentran en proceso de publicación, La sombra del guaidil, inédito. También algunos poemas han sido publicados en diversas revistas y antologías de España y otros países.